Blog donde recopilo lo (subjetivamente) mejor de fragmentos, artículos y reflexiones de textos místicos, religiosos, espirituales o filosóficos que me voy encontrando por mis peripecias literarias.

Breviario de dos lecturas

'-Es que, no sé cómo decirlo', replicó Mónica.
'-No es que no seas amable, lo eres. Pero percibo en ti... No sé, una especie de desprecio encubierto, sutil... Un deje integrado de menosprecio, hacia mí, hacia ti, hacia todos...'

La acusación no le sorprendió. Al fin y al cabo, ya hacía tiempo que no se enervaba bajo ninguna conjetura; el cinismo llevaba tiempo incorporado a su actitud cotidiana.

Pero sí, cuando llegó a casa, se permitió reflexionar sobre ello. Era cierto, despreciaba a todo el mundo, incluido él mismo. Y decidió entretenerse un rato más, para indagar en la causa. ¿Un padre extraordinariamente ávaro? Según los pioneros psicoanalistas, nuestras relaciones con el mundo se extrapolan y se reducen a la relación con el padre y la madre, o con las figuras equivalentes: arquetipos indispensables que posibilitan y limitan el marco relacional.

Sí, era el dinero. Él despreciaba a todo el mundo en tanto que 'Seres económicos'. Como podía respetar a alguien que destinaba una parte del tiempo ('Todo el tiempo es puro Regalo', declaraba C.S Lewis a las 'Cartas del Diablo a su sobrino'), buena parte de su tiempo vale decir, a realizar actividades que o bien detestaba o le resultaban indiferentes... ¿Sólo porque recibía dinero a cambio? Le costaba encontrar motivos para respetar a un ser así, el Homo Aeconomicus. Y eso, obviando el factor, nada baladí, de saber en qué se gastaban después ese dinero: casi invariablemente no en servir al colectivo, sino en alimentar un cada vez más banal y retorcido egoísmo, al que ya no satisfacían ni los más exóticos viajes, ni las más sofisticadas comidas, ni los más innovadores productos, exhausto y saturado como estaba de ciegas pasiones satisfechas en la inmediatez.
¿Cómo no sentir desprecio por tanta vileza?

Pensaba en ellos y ellas entonces. Y llegaba a la conclusión de que, si no se despreciaban a sí mismos, era por pura y simple inconsciencia: Sencillamente, habiéndose nutrido desde la más tierna infancia de un modelo educativo basado en las reglas del individualismo y el beneficio privado, no percibían el crimen – por omisión – que constituía su modus vivendi, y les resultaba casi tan natural como respirar.
(Casi, porque el instinto, al igual que la conciencia, se pueden anestesiar, a menudo por períodos prolongados, pero nunca apagar por completo).

Por eso, se decía, podía respetar un vagabundo, un pobre, un monje o un místico, incluso por un voluntario de una ONG - mientras es voluntario de una ONG-... Pero no un ladrón con guantes de terciopelo , no un ser lleno de mezquinidad que sonríe amablemente desde su temible inconsciencia, no un amante que sólo besa con labios de Judas. No un ser económico cualquiera.

Recuerda -sin amargura- la dilatada bibliografía histórica y legal al respecto: Desde la era romana hasta nuestros días, los crímenes que han recibido las penas más desafortunadas, y sobre los que más extensamente se ha legislado, no son aquellos donde la violencia directa es la protagonista, no: eran aquellos relativos a la economía y la propiedad privada.
Naturalmente, sonríe maquiavélico, un sistema basado en la usura no puede sino protegerse con recelo de lo que atenta contra sus cimientos.

las personas mas raras del mundo-joseph heinrich-9788412553918   Recuerda – Ahora sí, con cierta indignación – uno de los últimos libros que exponen con diáfana y contundente claridad esta realidad: 'La gente más rara del mundo: Cómo Occidente llegó a ser psicológicamente peculiar y particularmente próspero' del antropólogo Joseph Heinrich.

A su vez, rememora a A.López Tobajas, manifestándose airado: "El hombre moderno quiere creerse libre cuando no pasa de ser una sombra en suspenso, fantasmal y alucinada, que vaga sin saber quién es ni que hace aquí, en un cosmos enmudecido que no le revela ya ningún sentido. Hundido en su enquicia y su agnosia, traduce el desconcierto en agresivo espíritu de conquista: cubra la tierra con cemento, plástico y otros materiales igualmente abyectos, devora la duración con sus máquinas infernales..."

Y recuerda -ya sin una indignación que sabe infructuosa- la obra 'El Amanecer de todo' del también antropólogo David Graeber, donde el autor declara que 'el capitalismo se quedará sin combustible en medio del mar'. Muy pronto, puntualiza.
Lástima que este temprano no haga referencia a la escala temporal de una vida humana, piensa.



Y de repente, recuerda todavía una cita del Premio Nobel Aleksandr Solzhenitsyn: "No tengo ninguna esperanza en Occidente, y ningún ruso debería tenerla. La excesiva comodidad y prosperidad han debilitado su voluntad y su razón."

Recordando a Mónica, se dirige hacia el teléfono para llamarle, pensando, con una media sonrisa de disgusto:
'Y su humanidad, Alexander. Y su humanidad'.

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