Blog donde recopilo lo (subjetivamente) mejor de fragmentos, artículos y reflexiones de textos místicos, religiosos, espirituales o filosóficos que me voy encontrando por mis peripecias literarias.

La Sociedad Desescolarizada, Iván Illich

 

¿POR QUÉ DEBEMOS PRIVAR DE APOYO OFICIAL A LA ESCUELA?

'Muchos estudiantes, en especial los que son pobres, saben intuitivamente qué hacen por ellos las escuelasLos
adiestran a confundir proceso y sustancia. Una vez que estos dos términos se hacen indistintosse adopta una nueva lógicacuanto más tratamiento hayatanto mejor serán los resultados. Al alumno se le "escolariza" de ese modo para confundir enseñanza con saber, promoción al curso siguiente con educación, diploma con competencia, y fluidez con capacidad para decir algo nuevo. A su imaginación se la "escolariza" para que acepte servicio en vez de valor. Se confunde el tratamiento médico tomándolo por cuidado de la salud, el trabajo social por mejoramiento de la vida
comunitaria, la protección policial por tranquilidad, el
equilibrio militar por seguridad nacional, la mezquina lucha
cotidiana por trabajo productivo. La salud, el saber, la
dignidad, la independencia y el quehacer creativo quedan
definidos como poco más que el desempeño de las instituciones que afirman servir a estos fines, y su mejoramiento se hace dependiente de la asignación de
mayores recursos a la administración de hospitales, escuelas y demás organismos correspondientes.'



'Hoy en día son pocos los países víctimas de la pobreza
clásica, que era estable y menos paralizante. La mayoría de
los países de América Latina han llegado al punto de
"despegue" hacia el desarrollo económico y el consumo
competitivo y, por lo tanto, hacia la pobreza modernizada:
sus ciudadanos aprenden a pensar como ricos y vivir como
pobres. Sus leyes establecen un periodo escolar obligatorio
de seis a diez años. No sólo en Argentina, sino también en
México o en Brasil, el ciudadano medio define una
educación adecuada según las pautas estadunidenses, aun
cuando la posibilidad de lograr esa prolongada
escolarización esté restringida a una diminuta minoría. En
estos países la mayoría ya está enviciada con la escuela, es
decir, han sido "escolarizados" para sentirse inferiores
respecto del que tiene una mejor escolaridad. Su fanatismo
en favor de la escuela hace posible el explotarlos por partida
doble: permite aumentar la asignación de fondos públicos
para la educación de unos pocos y aumentar la aceptación
del control social de parte de la mayoría. Es paradójico que
la creencia en la escolarización universal se mantenga más
firme en los países en que el menor número de personas ha
sido -y será-servido por las escuelas.'


'Los profesores de habilidades se hacen escasos por la
creencia en el valor de los títulos. La certificación es una
manera de manipular el mercado y es concebible sólo para
una mente escolarizada. La mayoría de los profesores de
artes y oficios son menos diestros, tiene menor inventiva y
son menos comunicativos que los mejores artesanos y
maestros. La mayoría de los profesores del castellano o de
francés de bachillerato no hablan esos idiomas con la
corrección con que lo harían sus alumnos después de un
semestre de rutinas competentes.'


'La ideología de la escolaridad obligatoria no admite límites
lógicos. La Casa Blanca proporcionó hace poco un buen
ejemplo. El doctor Hutschnecker, el "psiquiatra" que atendió
al señor Nixon antes de que quedase admitido como
candidato, recomendó al Presidente que todos los niños se
seis a ocho años fuesen examinados profesionalmente para
cazar a aquellos que tuviesen tendencias destructivas, y que
se les proporcionase a éstos tratamiento obligatorio. En caso
necesario se exigiría su reeducación en instituciones
especiales. Este memorándum enviado al Presidente por su
doctor pasó al Ministerio de Salud, Educación y Bienestar
para que examinaran su valía. En efecto, unos campos de
concentración preventivos para predelincuentes sería un
adelanto lógico respecto del sistema escolar (3). El que todos
tengan iguales oportunidades de educarse es una meta
deseable y factible, pero identificar con ello la escolaridad
obligatoria es confundir la salvación con la iglesia. La escuela
ha llegado a ser la religión del proletariado modernizado, y
hace promesas huecas a los pobres de la era tecnología. La
nación-estado la ha adoptado, reclutando a todos los
ciudadanos dentro de un currículum graduado que conduce
a diplomas consecutivos no desemejantes a los rituales de
iniciación y promociones hieráticas de antaño. El Estado
moderno se ha arrogado el deber de hacer cumplir el juicio
de sus educadores mediante vigilantes bien intencionados y
cualificaciones exigidas para conseguir trabajos, de modo
muy semejante al seguido por los reyes españoles que
hicieron cumplir los juicios de sus teólogos mediante los
conquistadores y la Inquisición.'

 


'Con la escolaridad no se fomenta ni el deber ni la justicia
porque los educadores insisten en aunar la instrucción y la
certificación. El aprendizaje y la asignación de funciones
sociales se funden en la escolarización. Y no obstante,
aprender significa adquirir una nueva habilidad o
entendimiento, mientras la promoción depende de la
opinión que otros se hayan formado. El aprender es con
frecuencia el resultado de una instrucción, pero el ser
elegido para una función o categoría en el mercado del
trabajo depende cada vez más sólo del tiempo que se ha
asistido a un centro de instrucción.'


A partir de Bonhoeffer, los teólogos contemporáneos han
señalado la confusión que reina hoy en día entre el mensaje
bíblico y la religión institucionalizada. Señalan la experiencia
que la libertad y la fe cristianas suelen ganar con
secularización. Sus afirmaciones suenan inevitablemente
blasfemas para muchos clérigos. Es incuestionable que el
proceso educativo ganará con la desescolarización de la
sociedad aun cuando esta exigencia les suene a muchos
escolares como una traición a la cultura. Pero es la cultura
misma la que está siendo apagada hoy a las escuelas.

El mayor obstáculo en el camino de una sociedad que educa
verdaderamente lo definió muy bien un amigo mío, negro de
Chicago, quien me dijo que nuestra imaginación estaba
"totalmente escuelada". Permitimos al Estado verificar las
deficiencias educativas universales de sus ciudadanos y
establecer un organismo especializado para tratarlos.
Compartimos así la ilusión de que podemos distinguir entre
qué es educación necesaria para otros y qué no lo es, tal
como generaciones anteriores establecieron leyes, las cuales
definían qué era sagrado y qué profano.


Durkheim reconoció que esta capacidad para dividir la
realidad social en dos ámbitos era la esencia misma de la
religión formal. Existen -razonó- religiones sin lo
sobrenatural y religiosas sin Dios, pero no hay ninguna que
no subdivida el mundo en cosas, tiempo y personas que son
sagradas y en otras que por consecuencia son profanas. Este
penetrante alcance de Durkheim puede aplicarse a la
sociología de la educación, pues la escuela es radicalmente
divisoria de manera parecida.
La existencia misma de las escuelas obligatorias divide
cualquier sociedad en dos ámbitos: ciertos lapsos, procesos,
tratamientos y profesiones son "académicos" y
"pedagógicos", y otros no lo son. Así, el poder de la escuela
para dividir la realidad social no conoce límites



Tanto el intercambio de
destrezas como la conjunción de copartícipes se fundan en
el supuesto de que educación para todos significa educación
por parte de todos. No es el reclutamiento en una institución
especializada, sino sólo la movilización de toda la población
lo que puede conducir a una cultura popular. Los maestros
titulados se han apropiado del derecho que todo hombre
tiene de ejercer su competencia para aprender e instruir
igualmente. La competencia del maestro está a su vez
restringida a lo que pueda hacerse en la escuela. Y, además,
el trabajo y el tiempo libre están, a consecuencia de ello,
alienados el uno del otro: tanto del trabajador como del
espectador se espera que lleguen al lugar de trabajo prestos
para encajar en una rutina preparada para ellos.



El aprendizaje creativo,
exploratorio, requiere sujetos de igual perplejidad ante los
mismos términos o problemas. Las grandes universidades
realizan el vano intento de aparejarlos multiplicando sus
cursos y por lo general fracasan por cuanto están ligadas al
currículum, a la estructura de cursos y a una administración
burocrática.



La desescolarización de
la sociedad implica el reconocimiento de la naturaleza
ambivalente del aprendizaje. La insistencia en la sola rutina
podría ser un desastre; igual énfasis debe hacerse en otros
tipos de aprendizaje. Pero si las escuelas son el lugar
inapropiado para aprender una destreza, son lugares aún
peores para adquirir una educación. La escuela realiza mal
ambas tareas, en parte porque no distingue entre ellas. La
escuela es ineficiente para instruir en destrezas por ser
curricular.


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