Blog donde recopilo lo (subjetivamente) mejor de fragmentos, artículos y reflexiones de textos místicos, religiosos, espirituales o filosóficos que me voy encontrando por mis peripecias literarias.

Sancti Iacobi




Yo ni me acordaba de lo que era hacer ejercicio. Cuándo el taxi nos dejó en Saint Jean, a un equipo recién acordado horas antes, de peregrinos que deseábamos hacer la llamada “etapa previa”, pensé que se trataría de un paseíto. Iniciamos camino después de tomar algo en un bar del pueblo y conocernos un poco – Yo y cuatro madrileños, cada uno de procedencia distinta, de los cuales era yo el benjamín. Al poco de andar, yo, junto con un hombre y una mujer de similar edad, nos desviamos para andar en modo trío hacia las montañas. Y les escucho hablar entre ellos, mientras aguanto cómo puedo lo que mi corazón de fiestero de fin de semana me permite entonces. Ella, recién viene de hacer el Montblanc. Él, montañista experimentado también, habla de cierta escalada conseguida hace poco. Hasta aquí bien. Pero las coincidencias entre ambos no terminan aquí... Ambos tienen dos hijas, ambos están separados, y... Ambos trabajan en el mismo sector, la geriatría.
Curioso, ¿No? Por aquel entonces, yo también desconocía la capacidad del Camino de multiplicar coincidencias, sincronías... Llamadlas como queráis. Regularmente tenían que esperarme porque no alcanzaba su ritmo. Incluso el hombre, de cuyo nombre ya no me acuerdo, me fabricó un bastón, con empuñadura y todo, para hacer más llevadera mi marcha. En un momento dado, alcanzando la cima de la montaña – a la vez que la antigua frontera francohispana - creí conveniente dormir en el refugio que había arriba. Pero, quizás por miedo a perder mis dos compañeros de viaje recién adquiridos, tras pensarlo proseguí la marcha.

Llegamos a Roncesvalles al atardecer. El albergue estaba atestado de peregrinos. Yo desconocía las normas, pero la emoción era tan intensa que ni siquiera me molestó saber que hoy y de ahora en adelante, las 6 am iba a ser la hora estándar de abandonar la cama y continuar el camino. De hecho, esa noche, fruto de la emoción pero también de los ronquidos, ni siquiera dormí.

Según reza una de las muchas tradiciones esotéricas del Camino de Santiago, el peregrinaje mismo – en este caso el que ha cobrado mayor protagonismo las últimas décadas, la ruta francesa – es una alegoría misma de los procesos vitales del ser humano en el tiempo.
Recuerdo que, cuándo caminé dicha ruta – desde Saint Jean Pied Du Port, etapa previa a Roncesvalles dónde se inicia el camino francés, y hasta Fisterra, a tres días de camino después de haber alcanzado Santiago – desconocía por completo tradición esotérica alguna relacionada con el trayecto. Solo sabía que era una ruta muy turística, y que alojaba algunas edificaciones templarias (de los cuales tampoco conocía demasiado).



Así pues – visto en retrospectiva- ya tenía yo a mis dos padres para mi etapa simbólica de infancia en el Camino: montañeros, trabajadores de geriátrico, divorciados ambos. El simbolismo se vio acentuado por mi bajo estado de forma, el cual, conjugado con su pericia, hacía trabajar mis músculos y su paciencia: varias veces tuvieron que esperarme, incluso darme ánimos.

La etapa de la infancia se prolonga, más o menos, durante toda la travesía por Navarra – incluido el primer paso por una gran ciudad, Pamplona, entre pequeños pueblos de montaña de pocos cientos de habitantes – hasta llegar a Logroño: el corazón de La Rioja es también el apeadero de cientos de peregrinos que, después de una semana vacacional invertida en el trayecto, vuelven a sus hogares.

Allí se inicia la adolescencia o primera juventud simbólica del Camino. Y aunque fui conocedor de esa interpretación del Camino después, también en este caso se cumplió más allá de la autosugestión: Calle Laurel es el primer punto dónde los peregrinos empiezan a salir de fiesta, a beber, y también, los solteros o no tanto, a emprender los primeros acercamientos seductores a peregrinos o peregrinas de su agrado. Ese estado festivo, de apertura y creación de los primeros vínculos de amistad peregrina, se prolonga hasta el breve paso que permite la minúscula Rioja, y también en el primer tramo de entrada a Castilla y León, dónde los viñedos van dando lugar, poco a poco, a la aridez de los soleados – e inacabables – campos de trigo castellanos, y a la monotonía perenne de sus paisajes ocres: Empieza la edad adulta.
En este punto, muchos peregrinos decidían saltarse Castilla entera en autobús, y reanudar el camino a las puertas de Galicia. Yo quería hacerlo entero, así que me uní a una pareja de chipriotas. Definitivamente, aquellos días fueron un claro reflejo de la etapa adulta: las etapas eran largas, con un paisaje que se reiteraba a sí mismo hasta el aburrimiento, casi como un espejismo: Un campo de trigo tras otro, bajo un sol de justicia en pleno agosto, sin apenas percibir el cambio de un municipio a otro. Dichos municipios también distaban de representar un oasis en el trayecto: Muy parecidos entre sí, a lo sumo con algunos detalles de antiguos hospitales templarios, sin demasiado que ofrecer, las calles vacías por el exceso de calor...A todo esto cabe añadir la aparición de ampollas, de lesiones articulares, hastío generalizado. A pesar de que no puede tacharse de desagradable, sin duda es la etapa del camino más dura, austera y falta de incentivos.
¿Una fiel imagen de la etapa adulta de nuestros días?

El acercamiento a las industrializadas Ponferrada y Astorga nos trae ya los primeros indicios de la frondosa y abundante naturaleza que dejáramos en nuestros primeros pasos al norte de Navarra: La montaña de O Cebreiro se insinúa en la lejanía, como cortafuegos al arenoso clima castellano y una bienvenida al acaso redescubrimiento de la niñez, simbolizado por la vejez, última etapa del sendero que se representa en el plano geográfico a la entrada de Galicia. Ahora los riachuelos, bosques, e idílicos pueblos de montaña vuelven a ser los protagonistas.
Sin embargo, la actitud del peregrino – al menos de aquel que ya lleva semanas en ruta- es a todas luces distinta: si en el inicio primaba el entusiasmo y la inocencia del descubrimiento, aquí regentan la calma y serenidad. El paso por el monasterio de Samos – con parentesco con la localidad griega, y uno de los pocos albergues dónde aún se puede elegir pagar la voluntad- adquiere ya otro cariz; Los peregrinos ya nos hemos acostumbrado a comer poco, dormir menos y caminar mucho. La calma es tal que ni siquiera la llegada a la mercantilista Sarria – últimos 100 kilómetros antes de llegar a Santiago y lugar donde multitud de “turigrinos” inician su “peregrinaje” para lograr la Compostelana – Acreditación, esa sí más simbólica que nunca, de haber realizado el Camino, y que tiene como requisito haber andado al menos 100 de sus últimos kilómetros – puede alterar el estado semimeditativo del caminante. Y ahí aparece quizás el más acentuado de los paralelismos vitales: Uno, que al principio empezó casi con prisas por querer terminar el trayecto, de repente... Se da cuenta de que no desea que termine. Le gustaría prolongarlo más, incluso lanza una mirada a sus pasos reprochándose brevemente la ausencia de pausa con que fueron dados. ¿Pasará lo mismo con la vida?
Conocí a una alemana que lo hacía cada año, pero antes de llegar a la Catedral de Santiago... Tomaba un avión y volvía a casa. No quería terminarlo, era su argumento.

Conocí también a un austríaco, que volvía de Santiago, y que había andado los tres caminos santos, ida y vuelta, desde su Austria natal: Eso significa, Austria-Roma, ida y vuelta, Austria-Santiago otro tanto, y el más desafiante- Austria-Jerusalén, viaje que le llevo más de un año.

Había también otros alemanes, italianos, y demás nacionalidades, que habían iniciado el trayecto desde sus casas, como era usual en la edad media, pernoctando al lado de carreteras y buscándose la vida hasta la llegada al Camino oficial, o oficializado, dónde, al fin, abundan albergues y servicios.
Incluso conocimos a un japonés que estaba dando la vuelta al mundo a pie, quién había oído acerca del Camino y decidió hacerlo, desviándose un poco del perímetro norte de la península. Su siguiente objetivo era la costa atlántica, bajando por Portugal y entrando en África.
Este hombre tenía la particularidad de viajar con dos mochilas, una delante y otra detrás, la cual llevaba encastada una pequeña silla: “Es que en el desierto no tengo dónde sentarme”, nos comunicó.

Y Finalmente, la ya anticipada agridulce llegada a Santiago. Aquello de que es más importante el trayecto que la meta cobra en la celebración litúrgica de la Catedral su máximo significado.
En ese punto – y después de despedirme de Lucía – decidimos con otro peregrino andar tres días más hasta Finisterre - La vida después de la vida, el mar – dónde nos acompañaron lluvias casi constantes y nubes grises que parecían estacionar bajo nuestras cabezas, del que poco hay que destacar. Volvimos a Santiago, que ya nos despertó una tremenda nostalgia – a pesar de que hacía solo 4 días que habíamos estado allí - y nos despedimos del, cómo lo llama Coelho “Extraño Camino de Santiago”, un camino que todos los que lo hemos hecho sabemos que tiene algo de iniciático – Dando a cada uno la iniciación a su medida- .

Por cierto, también existe otra corriente esotérica que relaciona los Caminos Sagrados con los palos de la baraja de cartas, siendo el Camino de Santiago el palo de las espadas, que representan el poder, el empoderamiento personal.
EL Camino de Roma se corresponde a las copas, que representan el don de las lenguas, asociado tradicionalmente a las emociones.
El Camino de Jerusalén se asocia con el palo de los oros, y transitarlo despierta en nosotros el poder de hacer milagros.
Y el cuarto camino está abierto a la especulación: relacionado con el palo de los bastos, se dice que es el Camino de Alejandría, pero también se dice que se trata de un Camino Invisible, el Camino Interior... Probablemente el más esquivo y difícil de transitar de todos ellos.



Publicar un comentario

0 Comentarios