Le agradezco el dominio de sí mismo y no dejarse
arrastrar por nada; el buen ánimo en todas las circunstancias y
especialmente en las enfermedades; la moderación de carác-
ter, dulce y a la vez grave; la ejecución sin refunfuñar de las
tareas propuestas; la confianza de todos en él, porque sus pa-
labras respondían a sus pensamientos y en sus actuaciones
procedía sin mala fe.
Del mismo modo que los médicos siempre tienen a
mano los instrumentos de hierro para las curas de urgen-
cia, así también, conserva tú a punto los principios funda-
mentales para conocer las cosas divinas y las humanas, y
así llevarlo a cabo todo, incluso lo más insignificante, re-
cordando la trabazón íntima y mutua de unas cosas con
otras. Pues no llevarás a feliz término ninguna cosa huma-
na sin relacionarla al mismo tiempo con las divinas, ni tam-
poco al revés.
Destruye la sospecha y queda destruido lo de «se me
ha dañado»; destruye la queja de «se me ha dañado» y des-
truido queda el daño.
En suma, pequeño es el intervalo de tiempo; y ése, ¡a través de cuántas fatigas, en com-
pañía de qué tipo de hombres y en qué cueφo se agota!
Luego no lo tengas por negocio. Mira detrás de ti el abismo
de la eternidad y delante de ti otro infinito.
¿en qué se diferencian el niño que ha vivido tres días y el
que ha vivido tres veces más que Gereneo?
¿has nacido para la pasividad o para la actividad? ¿No ves que los ar-
bustos, los pajarillos, las hormigas, las arañas, las abejas,
cumplen su ílinción propia, contribuyendo por su cuenta al
orden del mundo? Y tu entonces, ¿rehusas hacer lo que es
propio del hombre?
¡Cuán cruel es no permitir a los hombres que dirijan
sus impulsos hacia lo que les parece apropiado y conve-
niente! Y lo cierto es que, de algún modo, no estás de
acuerdo en que hagan eso, siempre que te enfadas con ellos
por sus fallos.
Amóldate a las cosas que te han tocado en suerte; y
a los hombres con los que te ha tocado en suerte vivir,
ámalos, pero de verdad.
Borra las imaginaciones diciéndote a ti mismo de
continuo: «Ahora de mí depende que no se ubique en esta
alma ninguna perversidad, ni deseo, ni, en suma, ninguna
turbación; sin embargo, contemplando todas las cosas tal
como son, me sirvo de cada una de ellas de acuerdo con su
mérito.»
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