Blog donde recopilo lo (subjetivamente) mejor de fragmentos, artículos y reflexiones de textos místicos, religiosos, espirituales o filosóficos que me voy encontrando por mis peripecias literarias.
Prólogo de Fernando Savater a la antología de Émile Cioran
«Despierte
el alma dormida...» Pero no es tarea fácil hacerla despertar.
Acurrucada entre acolchados cobertores de dogmas, de consignas, de
explicaciones, drogada de noticias y de ese otro beleño, la esperanza,
amodorrada de ciencia, convicta y confesa, pobrecita mía...¡con qué
escalofrío saca la punta del pie de su embozo para calibrar la
temperatura glacial que reina allí donde la coherencia acaba y los
razonamientos más razonables comienzan a enarbolar una sonrisilla
demente! Vuelve a tu sopor, pobre alma mía: tirita y sueña, bien
arropada, hasta que lo irremediable venga a buscarte. Sueña que tienes
un inconquistable alcázar de certezas, un plano digno de confianza de
las selvas y pantanos que te rodean, guardianes fieles que rechazarán
los asaltos de la duda, capitanes de ojos fieros y proyectos claros,
abades capaces de encontrar la huella estoica de la Ley hasta en tu
entraña más brumosa, alegres compañeros de banquete y una dama de
impúdico pudor que alegrará la soledad de tu cama...; no eres ilusa,
nadie debería serlo ya, sino ilustrada; conoces los decretos de la
necesidad y los acatas con aparente fastidio y secreta complacencia;
estás segura de tus límites y, lejos de los arrebatos adolescentes, has
aprendido a estimar las sosegadas aventuras del orden, el medro
moderado, la progresión tranquila hacia una armonía social más
auténtica...Con pólizas de resignación y cordura te veo estampillada,
alma mía. Y bien pudiera ser que tuvieras nebulosa y blanda suerte hasta
el final: quizá mueras antes de despertar. Ojalá no te acometa la
vigilia, mi apocado fantasma. Que el destino te guarde del vendaval de
la lucidez, del vértigo de la ausencia de la locura, del desfondamiento,
de las imponentes olas del mar de acíbar...Aunque sólo te llegases a
despertar un instante, jamás olvidarías la visión de fuego que iba a
zarandear fulminantemente tu discreto reposo; la recaída siempre estaría
ya cerca de ti y tu voz nunca recobraría el tono de firmeza con que
sueles decir «Yo creo...» Pero hay también almas, raras y terribles,
que tienen propensión a la lucidez. Algún hada irónica o adversa dejó
ese don negro en su cuna, y ellas despiertan al menor choque de la vida,
al más pequeño indicio de fisura en la solidez estatuida...
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