Érase
una vez, en un antiquísimo reino, un joven príncipe hermoso e
inteligente. Pero un día se le metió en la cabeza que era un gallo.
Al comienzo, su padre, el rey, creyó que se trataba de una crisis
pasajera. Pero cuando el príncipe se puso a quitarse los vestidos, a
batir de brazos y a lanzar quiquiriquís como un gallo, el rey se lo
tomó en serio. Mientras, el joven príncipe había elegido como
morada debajo de la mesa del comedor y sólo comía los granos de
maíz que le echaban sobre la alfombra real. El rey estaba muy triste
al ver a su hijo en tal estado. Llamó a sus mejores médicos, magos,
a los que hacían milagros. Todos trataron de razonar con el joven
príncipe. Luego ensayaron sus medicinas y la magia.
Pero
el joven seguía convencido de que era un gallo. Uno tras otro,
fueron marchándose los médicos, los magos y los milagreros. El rey
se sumió en una depresión muy profunda, convencido de que nadie
sería capaz de curar a su hijo de aquella extraña enfermedad.
Ordenó a sus sirvientes que prohibieran la entrada al palacio a
todos los curanderos o buscadores de fortuna. Ya estaba harto.
Un
día, un Sabio llamó a la puerta del palacio. El criado más fiel
del rey entreabrió la puerta y vio a un anciano de ojos penetrantes
que le miraba.
-He oído decir que el hijo del rey se cree un gallo. He venido a convencerle de su error.
El sirviente cerró violentamente la puesta diciendo:
-¡Tantos otros lo han intentado… y todos fracasaron! Márchate anciano.
-He oído decir que el hijo del rey se cree un gallo. He venido a convencerle de su error.
El sirviente cerró violentamente la puesta diciendo:
-¡Tantos otros lo han intentado… y todos fracasaron! Márchate anciano.
Al
día siguiente el criado oyó cómo llamaban insistentemente a la
puerta. Una vez más entreabrió.
-Tengo un mensaje para el rey. -dijo el sabio desconocido.
-¿De qué se trata?-dijo el criado-Deja tu mensaje y lárgate.
-Dirás al rey exactamente esto: Para que alguien salga del barro, a veces es preciso que un amigo se meta en el barro con él.
-Tengo un mensaje para el rey. -dijo el sabio desconocido.
-¿De qué se trata?-dijo el criado-Deja tu mensaje y lárgate.
-Dirás al rey exactamente esto: Para que alguien salga del barro, a veces es preciso que un amigo se meta en el barro con él.
El
criado no tenía la más mínima idea del significado de tales
palabras. Pero hizo esperar al Sabio fuera, en la puerta del palacio
y fué a darle el mensaje al rey. Desplomado en su trono, escuchó el
rey el mensaje enigmático. “Para sacar a alguien del barro, es
preciso que alguien se meta con él.” ¿Qué significaba eso?
Cuanto más lo pensaba, las palabras iban teniendo más sentido. El
rey terminó por enderezarse y dijo:
-Que entre ese hombre. Voy a darle una oportunidad.
-Que entre ese hombre. Voy a darle una oportunidad.
Ante
el estupor general, el Sabio comenzó a despojarse de sus vestidos.
El rey movió la cabeza. Delante de él había dos hombres
completamente desnudos, debajo de la mesa real, lanzando ambos sus
quiquiriquís como gallos.
Pronto
el jóven príncipe le dijo al anciano:
-¿Quién eres y qué haces aquí?
-¿No ves-dijo el anciano-que soy un gallo exactamente como tu?
-¿Quién eres y qué haces aquí?
-¿No ves-dijo el anciano-que soy un gallo exactamente como tu?
El
príncipe estab feliz de haber encontrado un amigo, y todo el palacio
resonó muy pronto con el ruido del batir de sus brazos y sus
quiquiriquís. Pero al día siguiente, el Sabio salió de debajo de
la mesa, se enderezó y se estiró con ganas.
-¿Qué haces?-pregunto el príncipe.
-No te preocupes-respondió el Sabio-No por ser gallo estas obligado a vivir debajo de la mesa.
El príncipe admiró la inteligencia de su amigo. Hizo como él. Efectivamente, era verdad: un gallo podía ponerse de pie, estirarse y no por ello dejar de ser un gallo.
Al día siguiente el Sabio se puso la camisa y los pantalones.
-¿Te has vuelto loco?-preguntó el príncipe totalmente sorprendido.
-Es que tenía frio.-dijo el Sabio- Además, no por ser un gallo pueden prohibirte que te pongas ropa de hombre. Sigues siendo un gallo.
Intrigado, el príncipe se puso su ropa.
Luego el Sabio pidió que les fuera servida la comida en las bandejas de oro del rey. Se puso a la mesa con el joven príncipe, y sin darse cuenta, el príncipe empezó a servirse y a comer con gran apetito.
-¿Qué haces?-pregunto el príncipe.
-No te preocupes-respondió el Sabio-No por ser gallo estas obligado a vivir debajo de la mesa.
El príncipe admiró la inteligencia de su amigo. Hizo como él. Efectivamente, era verdad: un gallo podía ponerse de pie, estirarse y no por ello dejar de ser un gallo.
Al día siguiente el Sabio se puso la camisa y los pantalones.
-¿Te has vuelto loco?-preguntó el príncipe totalmente sorprendido.
-Es que tenía frio.-dijo el Sabio- Además, no por ser un gallo pueden prohibirte que te pongas ropa de hombre. Sigues siendo un gallo.
Intrigado, el príncipe se puso su ropa.
Luego el Sabio pidió que les fuera servida la comida en las bandejas de oro del rey. Se puso a la mesa con el joven príncipe, y sin darse cuenta, el príncipe empezó a servirse y a comer con gran apetito.
Durante
ese tiempo, el Sabio le hablaba con gran interés del los asuntos del
reino. De pronto, el joven príncipe se puso en pie y exclamó:
-¿No te das cuenta de que somos gallos? ¿Cómo es posible que estemos sentados a la mesa, comiendo y discutiendo como si fuesemos hombres?
-Oye-contestó el Sabio-ahora te puedo contar un secreto: se puede vestir como un hombre, comer como un hombre, hablar como un hombre y seguir siendo gallo.
-Claro.-dijo el príncipe.
-¿No te das cuenta de que somos gallos? ¿Cómo es posible que estemos sentados a la mesa, comiendo y discutiendo como si fuesemos hombres?
-Oye-contestó el Sabio-ahora te puedo contar un secreto: se puede vestir como un hombre, comer como un hombre, hablar como un hombre y seguir siendo gallo.
-Claro.-dijo el príncipe.
Pero
el rey, que había estado escuchando atentamente la conversación,
gritó al viejo sabio,lleno de indignación:
-¡Me
has engañado, traidor!
-De
ninguna manera – Respondió el sabio.
Cree
usted que su hijo, el príncipe, ¿Está loco? En verdad, no menos
que ninguno de los que están aquí: él cree que es un gallo, usted
cree que es un rey, los comensales creen que son consejeros...
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