Si
tiramos una piedra, un guijarro,
un «canto», en un estanque,
produciremos
una serie de ondas concéntricas
en su superficie que,
alargándose,
irán afectando los diferentes
obstáculos que se
encuentren
a su paso: una hierba
que flota, un barquito de papel, la
boya
del sedal de un pescador... Objetos
que existían, cada uno por
su
lado, que estaban tranquilos y aislados,
pero que ahora se ven
unidos
por un efecto de oscilación que
afecta a todos ellos. Un efecto
que,
de alguna manera, los ha puesto
en contacto, los ha emparentado.
Otros
movimientos invisibles se propagan
hacia la profundidad, en
todas
direcciones, mientras que el canto o guijarro continúa
descendiendo,
apartando algas, asustando peces, siempre causando
nuevas
agitaciones moleculares. Cuando finalmente toca fondo,
remueve
el limo, golpea objetos caídos anteriormente y que reposaban
olvidados, altera la arenilla
tapando alguno de esos
objetos
y descubriendo otro. Innumerables
eventos o microeventos
se
suceden en un brevísimo espacio de
tiempo. Incluso si tuviéramos
suficiente
voluntad y tiempo, es posible
que no fuéramos capaces de registrarlos
todos.
De
forma no muy diferente, una palabra dicha impensadamente,lanzada
en la mente de quien nos
escucha, produce ondas de
superficie
y de profundidad, provoca una
serie infinita de reacciones
en
cadena, involucrando en su caída
sonidos e imágenes, analogías y
recuerdos,
significados y sueños, en un
movimiento que afecta a la
experiencia
y a la memoria, a la fantasía
y al inconsciente, y que se
complica
por el hecho que la misma mente no asiste impasiva a la
representación.
Por el contrario interviene
continuamente, para
aceptar
o rechazar, emparejar o censurar,
construir o destruir.
Gianni Rodari, "Gramática de la Fantasía"
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