En
cierta ocasión vivía un ermitaño en las verdes colinas. Era puro de
espíritu y tierno de corazón. Y todos los animales de la tierra y las
aves del cielo se acercaban a él por parejas; y él les hablaba. Ellos le
escuchaban alegres a su alrededor, y no se marchaban hasta la noche,
cuando el ermitaño les despedía confiándolos al viento y al bosque con
su bendición.
Cierta tarde, en que el ermitaño hablaba del amor, un leopardo alzó la cabeza y le dijo: «Nos hablas del amor. Dinos entonces dónde está tu compañera.»
Y el ermitaño contestó: «No tengo compañera.»
Entonces un clamor de sorpresa se elevó del coro de bestias y aves que empezaron a decirse: «¿Cómo puede hablarnos del amor y del compañerismo si no sabe nada de ello?» Y lentamente, con actitud despectiva, le abandonaron.
Esa noche el ermitaño se tendió sobre su estera, con el rostro contra la tierra, y lloró amargamente, y se golpeó el pecho con los puños.
Cierta tarde, en que el ermitaño hablaba del amor, un leopardo alzó la cabeza y le dijo: «Nos hablas del amor. Dinos entonces dónde está tu compañera.»
Y el ermitaño contestó: «No tengo compañera.»
Entonces un clamor de sorpresa se elevó del coro de bestias y aves que empezaron a decirse: «¿Cómo puede hablarnos del amor y del compañerismo si no sabe nada de ello?» Y lentamente, con actitud despectiva, le abandonaron.
Esa noche el ermitaño se tendió sobre su estera, con el rostro contra la tierra, y lloró amargamente, y se golpeó el pecho con los puños.
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