Blog donde recopilo lo (subjetivamente) mejor de fragmentos, artículos y reflexiones de textos místicos, religiosos, espirituales o filosóficos que me voy encontrando por mis peripecias literarias.

La ley de los milagros (Autobiografía de un yogui)

El gran novelista León Tolstoi escribió un cuento delicioso, Los Tres Ermitaños. Su amigo Nicholas Roerich resumió la historia como sigue:

   “Tres viejos ermitaños vivían en una isla. Eran tan sencillos, que la única oración que rezaban decía: ‘Nosotros somos tres, Tú eres Tres, ¡ten misericordia de nosotros!’ Mientras rezaban esta ingenua oración ocurrían grandes milagros.

   “El obispo local2 tuvo conocimiento de la existencia de los tres ermitaños y de su inadmisible oración y decidió visitarles para enseñarles las invocaciones canónicas. Llegó a la isla, les dijo a los ermitaños que su súplica celestial era poco digna y les enseñó muchas de las oraciones habituales. A continuación el obispo se marchó en una barca. Siguiendo al barco vio una resplandeciente luz. Cuando ésta se aproximó distinguió a los tres ermitaños, que cogidos de la mano y corriendo sobre las olas, se esforzaban por alcanzar la embarcación.

   “‘Hemos olvidado las oraciones que nos enseñó’, gritaban mientras se acercaban al obispo, ‘y venimos a toda prisa para pedirle que nos las repita’. El impresionado obispo meneó la cabeza.

   “‘Queridos’, respondió humildemente, ‘¡continuad viviendo con vuestra antigua oración!’”

   ¿Cómo conseguían los tres santos caminar sobre el agua?

   ¿Cómo pudo Cristo resucitar su cuerpo crucificado?

   ¿Cómo hacían Lahiri Mahasaya y Sri Yukteswar sus milagros?

La ciencia moderna, de momento, no tiene respuesta; sin embargo, con el advenimiento de la bomba atómica y las maravillas del radar, el ámbito del mundo mental se ha ampliado súbitamente. La palabra “imposible” ha perdido importancia en el vocabulario científico.

   Las antiguas escrituras védicas declaran que el mundo físico actúa bajo la ley fundamental de maya, el principio de la relatividad y la dualidad. Dios, la Vida Única, es una Unidad Absoluta; Él no puede aparecer como las manifestaciones separadas y diversas de la creación más que bajo un falso o irreal velo. El engaño cósmico es maya. Todos los grandes descubrimientos científicos de los tiempos modernos han servido para confirmar esta simple afirmación de los rishis.

   La Ley del Movimiento de Newton es una ley de maya: “A toda acción sigue una reacción igual y de signo contrario; las acciones de dos cuerpos que interactúan son siempre iguales y de sentido contrario”.

   Todas las actividades fundamentales de la naturaleza revelan su origen en maya. La electricidad, por ejemplo, es un fenómeno de atracción y repulsión; los electrones y protones son eléctricamente opuestos. Otro ejemplo, el átomo o última partícula material es, como la propia tierra, un imán con polo positivo y negativo. Todos los fenómenos de este mundo caen bajo el dominio de la polaridad; ninguna ley física, química o de cualquier otra ciencia, está libre de los intrínsecos principios de oposición o contraste.

   Así pues, la ciencia Física no puede formular leyes al margen de maya, el auténtico tejido y estructura de la creación. La misma naturaleza es maya; las ciencias naturales deben estar de acuerdo, forzosamente, con su ineludible esencia. En su propio terreno es eterna e inevitable; los científicos del futuro no podrán hacer otra cosa que probar un aspecto tras otro de su variada infinitud. Por eso la ciencia se mantiene en perpetuo cambio, incapaz de llegar a algo definitivo; adecuada, desde luego, para formular las leyes de lo que ya existe y el funcionamiento del cosmos, pero impotente para descubrir al Artífice de la Ley y Único Operario. Las majestuosas manifestaciones de la gravedad y la electricidad han llegado a ser conocidas, pero qué son la gravedad y la electricidad no lo sabe ningún mortal.

   Vencer a maya era la tarea asignada a la raza humana por los profetas milenarios. Elevarse por encima de la dualidad de la creación y percibir la unidad del Creador se concebía como el más alto objetivo del hombre. Quienes se aferran al engaño cósmico tienen que aceptar su ley básica de la polaridad: flujo y reflujo, elevación y caída, día y noche, placer y dolor, bien y mal, nacimiento y muerte. Este patrón cíclico asume cierta monotonía angustiosa cuando el hombre ha pasado por algunos miles de nacimientos humanos; entonces comienza a echar una mirada esperanzadora más allá de las compulsiones de maya.

   Rasgar el velo de maya es traspasar el secreto de la creación. El yogui que desnuda de esta forma al universo es el único auténtico monoteísta. Todos los demás son adoradores de imágenes paganas. Mientras el hombre permanezca subyugado por los engaños dualísticos de la naturaleza, Maya con rostro de Jano será su diosa; no podrá conocer al único y verdadero Dios.

   El mundo de la ilusión, maya, tomado individualmente se llama avidya, literalmente “sin sabiduría”, ignorancia, ilusión. Maya avidya no pueden ser destruidas jamás por medio del análisis o la convicción intelectual, sino únicamente alcanzando el estado interior de nirbikalpa samadhi. Los profetas del Antiguo Testamento y los videntes de todas las épocas y países, hablan desde ese estado de conciencia. Ezequiel dijo (43:1-2): “Después me llevó a la puerta, a la puerta que mira hacia el Este, y he aquí que la gloria del Dios de Israel venía por el camino del Este y su voz era como el sonido de muchas aguas y la tierra resplandecía con su gloria”. A través del ojo divino situado en la frente (Este), el yogui hace entrar su conciencia en la omnipresencia, escucha la Palabra o Aum, el sonido divino de muchas aguas o vibraciones que es la única realidad de la creación.

   Entre los trillones de misterios del cosmos, el más extraordinario es la luz. A diferencia de las ondas sonoras, que para transmitirse necesitan aire u otro medio material, las ondas lumínicas atraviesan libremente el vacío del espacio interestelar. Incluso el hipotético éter, que se consideraba el medio interplanetario de la luz en la teoría ondulatoria, puede descartarse en el pensamiento einsteniano, según el cual las propiedades geométricas del espacio hacen innecesaria la teoría del éter. En cualquiera de las dos hipótesis, la luz es la más sutil, la más libre de dependencias materiales, de todas las manifestaciones de la naturaleza.

   En las gigantescas concepciones de Einstein, la velocidad de la luz, 300.000 kilómetros por segundo, domina toda la Teoría de la Relatividad. Él prueba matemáticamente que la velocidad de la luz es, por lo que se refiere a la finita mente humana, la única constante en un universo en perpetua transformación. De ese único absoluto, la velocidad de la luz, dependen los principios humanos de tiempo y espacio. Si hasta ahora el tiempo y el espacio se habían considerado abstractamente eternos, han pasado a ser factores relativos y finitos, cuyas medidas sólo tienen validez con relación al patrón de la velocidad de la luz. Al incorporar el espacio a las dimensiones relativas, el tiempo tuvo que renunciar a la antigua reivindicación de ser un valor inmutable. El tiempo ha quedado ahora reducido a su verdadera naturaleza, ¡una simple esencia de ambigüedad! Con algunas ecuaciones trazadas por su pluma, Einstein ha desterrado del cosmos todas las realidades fijas, excepto la luz.

   En un último desarrollo, su Teoría del Campo Unificado, el gran físico engloba en una fórmula matemática las leyes de la gravitación y el electromagnetismo. Reduciendo la estructura cósmica a variaciones de una única ley, Einstein4 se remonta a la edad de los rishis, quienes proclamaban que la creación tiene una estructura única, la de la proteica maya.

   Con la Teoría de la Relatividad, que ha marcado un hito en la historia, ha surgido la posibilidad de explorar el átomo fundamental. En este momento grandes científicos afirman audazmente no sólo que el átomo es energía y no materia, sino que la energía atómica es esencialmente substancia mental.

   “La franca comprensión de que la ciencia Física se ocupa de un mundo de sombras, es uno de los avances más significativos”, escribe Sir Arthur Stanley Eddington en La Naturaleza del Mundo Físico. En el mundo de la física vemos el drama de la vida corriente como la representación de un gráfico de sombras. La sombra de mi codo descansa en la sombra de la mesa, del mismo modo que la sombra de la tinta se desliza sobre la sombra del papel. Todo es simbólico y la física lo deja en el plano simbólico. A continuación viene la Mente alquimista, que transmuta los símbolos… Para decirlo vulgarmente, la sustancia del mundo es sustancia mental… La materia y los campos de fuerza realistas de las anteriores teorías físicas, son intrascendentes excepto en la medida en que la materia mental teje estas imaginaciones… Así pues, el mundo exterior se ha convertido en un mundo de sombras. Al eliminar nuestras ilusiones, hemos eliminado la sustancia, pues hemos visto que la sustancia es una de nuestras mayores ilusiones”.

   Con el reciente descubrimiento del microscopio electrónico, llegó la prueba definitiva de la esencia lumínica de los átomos y de la ineludible dualidad de la naturaleza. The New York Times aporta el siguiente informe sobre una demostración del microscopio electrónico en 1937, en una reunión de la American Association for the Advancement of Science:

   “La estructura cristalina del tungsteno, conocida hasta ahora únicamente de forma indirecta gracias a los rayos X, se ha puesto de manifiesto llamativamente en una pantalla fluorescente, mostrando nueve átomos en sus posiciones correctas en un espacio reticular, un cubo, con un átomo en cada vértice y uno en el centro. Los átomos del cristal reticular de tungsteno aparecen en la pantalla fluorescente como puntos de luz, dispuestos según un modelo geométrico. Las moléculas de aire bombardeadas contra este cristal de luz pueden observarse como puntos de luz danzantes, similares a los puntos de la luz del sol que brillan en el agua que se mueve…

   “El principio del microscopio electrónico fue descubierto por primera vez en 1927, por los Drs. Clinton J. Davisson y Lester H. Germer, de los Bell Telephone Laboratories, de New York City, quienes observaron que el electrón tenía un comportamiento dual, participando tanto de las características de una partícula como de una onda. La cualidad de onda confiere al electrón las características de la luz; este hecho desencadenó la búsqueda de un medio para “enfocar” los electrones de forma similar a como se enfoca la luz gracias a una lente.

   “Por el descubrimiento de esta cualidad Jekyll-Hyde del electrón, que corroboraba la predicción hecha en 1924 por De Broglie, el físico francés que recibió el Premio Nobel, y mostraba que en el terreno de la naturaleza física todo tenía una personalidad dual, el Dr. Davisson recibió también el Premio Nobel en Física”.

   “La corriente del conocimiento”, escribe Sir James Jeans en The Mysterious Universe, “se dirige hacia una realidad no mecánica; el universo comienza a parecerse más a un gran pensamiento que a una gran máquina”. De esta forma, la ciencia del siglo XX suena a una página de los antiguos Vedas.

   Así pues, el hombre puede aprender de la ciencia, si debe ser así, la verdad filosófica de que no existe un universo material; su urdimbre es maya, ilusión. Sus espejismos de realidad se vienen abajo ante el análisis. A medida que los tranquilizadores puntales de un cosmos físico se derrumban uno por uno a sus pies, el hombre percibe vagamente su dependencia de los ídolos, su pasada trasgresión del mandato divino: “No tendrás otros dioses delante de Mí”.

   En la famosa fórmula en que explica la equivalencia entre la masa y la energía, Einstein prueba que la energía de cualquier partícula de materia es igual a su masa, o peso, multiplicada por el cuadrado de la velocidad de la luz. La liberación de la energía atómica se provoca por medio de la destrucción total de las partículas materiales. La “muerte” de la materia ha supuesto el “nacimiento” de la Era Atómica.

   La velocidad de la luz es una medida matemática fija, o constante, no porque tenga un valor absoluto de 300.000 Km/sg, sino porque ningún cuerpo material, cuya masa aumenta con la velocidad, podrá alcanzar jamás la velocidad de la luz. Dicho de otra forma: sólo un cuerpo material cuya masa sea infinita, puede igualar la velocidad de la luz.

   Este concepto nos lleva a la ley de los milagros.

   Los maestros capaces de materializar y desmaterializar sus cuerpos o cualquier otro objeto y de moverse a la velocidad de la luz y utilizar los rayos de luz creadores para hacer visible instantáneamente cualquier manifestación física, cumplen la condición einsteniana necesaria: su masa es infinita.

   La conciencia de un yogui perfecto se identifica sin ningún esfuerzo, no con un cuerpo limitado, sino con una estructura universal. La gravedad, ya sea la “fuerza” de Newton o la “manifestación de la inercia” einsteniana, no tiene poder para obligar a un maestro a mostrar la propiedad de “peso” que es la condición gravitacional de todo objeto material. Quien se conoce a sí mismo como el Espíritu omnipresente, ya no está sujeto a las rigideces de un cuerpo sujeto al tiempo y el espacio. Sus aprisionantes “círculos infranqueables”, han cedido ante el liberador: “Yo soy Él”.

   “Fiat lux! Y la luz se hizo”. El primer mandato a su metódica creación (Génesis 1:3) trajo a la existencia la única realidad atómica: la luz. En los rayos de este medio inmaterial tienen lugar todas las manifestaciones divinas. Los devotos de todos los tiempos declaran que Dios tiene la apariencia de llama y de luz. “El Rey de los reyes y el Señor de los señores; el único poseedor de la inmortalidad, que mora en la luz a la que ningún hombre puede acercarse”5.

   Un yogui que a través de una meditación perfecta ha fundido su conciencia con el Creador, percibe la esencia cósmica como luz; para él no existe diferencia entre los rayos de luz que componen el agua y los rayos de luz que componen la tierra. Libre de la conciencia material, libre de las tres dimensiones del espacio y la cuarta dimensión del tiempo, un maestro traslada su cuerpo de luz con la misma facilidad sobre los rayos de luz de la tierra, el agua, el fuego o el aire. La prolongada concentración en el liberador ojo espiritual, permite al yogui destruir todas las ilusiones relativas a la materia y a su peso gravitatorio; desde ese momento ve el universo esencialmente como una masa indiferenciada de luz.

   “Las imágenes ópticas”, nos dice el Dr. L. T. Troland de Harvard, “están construidas con el mismo principio que los grabados ‘a media tinta’; es decir, se componen de diminutos puntos y líneas demasiado pequeños para ser detectados por el ojo… La sensibilidad de la retina es tan alta, que una sensación visual puede ser producida por relativamente pocos quanta de la luz adecuada”. Gracias al conocimiento que un maestro divino posee de los fenómenos lumínicos, puede proyectar instantáneamente como manifestación perceptible los ubicuos átomos de la luz. La forma real de la proyección, ya sea un árbol, un medicamento, un cuerpo humano, depende de la fuerza de voluntad y el poder de visualización del yogui.

   La conciencia del hombre mientras sueña, cuando al dormir afloja sus ataduras a las limitaciones del ego que durante el día le cercan por todas partes, le proporciona una demostración nocturna de la omnipotencia de su mente. ¡He aquí que en el sueño toman forma amigos muertos hace mucho tiempo, los más remotos continentes, escenas recobradas de su niñez! El maestro sintonizado con Dios, sabiendo que todos los hombres son fenómenos soñados, ha forjado una unión, nunca rígida, con esa conciencia libre e incondicionada. Inocente de toda motivación personal y empleando la voluntad creadora que le concedió el Creador, un yogui cambia de posición los átomos de luz del universo para responder a la oración sincera de un devoto. El hombre y la creación fueron hechos con este objetivo; que pueda alzarse como dueño de maya, al conocer su dominio sobre el cosmos.

   “Y dijo Dios, Hagamos al hombre a nuestra imagen, a nuestra semejanza y démosle dominio sobre los peces del mar y sobre las aves del cielo y sobre el ganado y sobre la tierra y sobre cuanto se mueve y se desliza sobre la tierra”.

   En 1915, poco después de entrar en la Orden de los Swamis, tuve una visión de violentos contrastes. En ella la relatividad de la conciencia humana quedó nítidamente establecida; percibí claramente la única Luz Eterna que está detrás de las dolorosas dualidades de maya. La visión descendió sobre mí una mañana, sentado en mi pequeña habitación del ático en casa de mi padre, en Gurpar Road. La Guerra Mundial llevaba meses devastando Europa; yo reflexionaba en el enorme número de víctimas.

   Al cerrar los ojos para meditar, repentinamente mi conciencia se transfirió al cuerpo de un capitán que estaba al mando de un acorazado. El bramido de las armas de fuego hendía el aire en el intercambio de disparos entre las baterías de tierra y los cañones del barco. Un enorme proyectil alcanzó la santabárbara e hizo pedazos mi buque. Salté al agua, junto con unos pocos marineros que sobrevivieron a la explosión. Con el corazón latiendo violentamente llegué a tierra a salvo. Pero ¡ay!, una bala perdida terminó su trayectoria en mi pecho. Caí al suelo gimiendo. Todo mi cuerpo estaba paralizado, si bien yo tenía conciencia de él como se tiene conciencia de una pierna que se ha dormido.

   “Finalmente los misteriosos pasos de la Muerte me han dado alcance”, pensé. Con un último suspiro estaba a punto de hundirme en la inconsciencia cuando, ¡he aquí que me encontré sentado en la postura de loto en mi habitación de Gurpar Road!

   Derramé lágrimas histéricas al golpear y pellizcar con desbordante alegría mi posesión recuperada, un cuerpo sin agujeros de bala en el pecho. Me balanceé a un lado y a otro, inspirando y espirando para asegurarme de que estaba vivo. En medio de estas auto felicitaciones, de nuevo mi conciencia se transfirió al cuerpo muerto del capitán en la orilla sangrienta. Me sentí totalmente desconcertado.

   “Señor”, oré, “¿Estoy vivo o muerto?”.

   Un deslumbrante efecto de luz llenó el horizonte. Una tenue vibración sonora dio forma a las palabras:

   “¿Qué tienen que ver la vida y la muerte con la Luz? Te he creado a imagen de Mi Luz. Vida y muerte son relatividades que pertenecen al sueño cósmico. ¡Contempla tu ser libre del sueño! ¡Despierta, hijo mío, despierta!”.

   Como pasos en el despertar humano, el Señor inspira a los científicos para que descubran, en el momento y lugar adecuados, los secretos de Su creación. Muchos descubrimientos modernos ayudan a los hombres a comprender el cosmos como la variada expresión de un único poder, la luz, guiada por la inteligencia divina. Las maravillas del cine, la radio, la televisión, el radar, la célula fotoeléctrica (el “ojo eléctrico” que todo lo ve), las energías atómicas, están todas basadas en el fenómeno electromagnético de la luz.

   El arte cinematográfico puede representar cualquier milagro. Desde el admirable punto de vista visual, ninguna maravilla queda excluida de los trucos fotográficos. Puede verse el transparente cuerpo astral de un hombre elevándose de su burda forma física, se puede caminar sobre el agua, resucitar al muerto, invertir la secuencia natural de la evolución y causar estragos en el tiempo y el espacio. Reuniendo las imágenes de luz a su antojo, el fotógrafo consigue milagros ópticos que un maestro auténtico realiza con rayos de luz reales.

   Las imágenes de una película, que parecen vivas, ilustran muchas verdades referentes a la creación. El Director Cósmico escribió su propia obra y reunió un tremendo reparto para representarla durante siglos. Desde la cabina de proyección de la eternidad, lanza Sus creativos haces de luz a las películas de las sucesivas eras y las proyecta en la pantalla del espacio. Del mismo modo que las imágenes de una película parecen reales, pero no son más que combinaciones de luz y sombra, la variedad universal es una apariencia engañosa. Las esferas planetarias, con sus innumerables formas de vida, no son sino imágenes de una película cósmica, temporalmente ciertas para la percepción de los cinco sentidos, en tanto los creativos e infinitos haces de luz se proyecten en la pantalla de la conciencia humana.

   Los espectadores de un cine pueden mirar hacia arriba y ver que todas las imágenes de la pantalla se forman a partir de un haz de luz sin imágenes. Del mismo modo, el colorido drama universal es emitido por la única luz blanca de la Fuente Cósmica. Con ingenio inconcebible, Dios está poniendo en escena un espectáculo para entretener a Sus hijos humanos, haciéndoles a la vez actores y espectadores de Su teatro planetario.

   En una ocasión entré en un cine para ver un documental sobre los campos de batalla europeos. La Guerra Mundial todavía se mantenía en el frente occidental; el documental presentaba la matanza con tal realismo, que salí de la sala angustiado.

   “Señor”, oré, “¿Por qué permites tal sufrimiento?”.

   Para mi sorpresa, me llegó una respuesta instantánea en forma de una visión de los campos de batalla europeos reales. El horror de la lucha, llena de muertos y moribundos, sobrepasaba con mucho la dureza de las imágenes del documental.

   “¡Observa atentamente!”. Una dulce voz habló a mi conciencia interior. “Verás que estas escenas que están sucediendo en este momento en Francia, no son sino un juego de claroscuro. Son la película cósmica, tan real e irreal como el documental que acabas de ver, un juego dentro de otro juego”.

   Mi corazón no se confortó. La voz divina continuó: “La creación es luz y sombra, sin ellas no es posible la película. El bien y el mal de maya deben alternarse en supremacía. Si en este mundo hubiera dicha continua, ¿buscaría el hombre otro? Sin sufrimiento apenas se preocuparía de recordar que ha abandonado su hogar eterno. El dolor es un empujón hacia el recuerdo. ¡La forma de escapar es a través de la sabiduría! La tragedia de la muerte es irreal; quien se estremece ante ella es como un actor ignorante, que se muere de miedo en el escenario cuando no se le ha disparado otra cosa que un cartucho de fogueo. Mis hijos son los hijos de la luz; no dormirán en la ilusión para siempre”.

   Aunque en las escrituras había leído relatos sobre maya, no me habían dado la profunda comprensión que me aportó la visión personal y las palabras de consuelo que la acompañaron. Nuestros valores cambian profundamente cuando nos convencemos finalmente de que la creación sólo es una gran película y que no es en ella, sino más allá de ella, donde reside nuestra realidad.

   Al terminar de escribir este capítulo, me senté en la cama en postura de loto. Mi habitación estaba tenuemente iluminada por dos lámparas de luz tamizada. Al levantar los ojos vi que el techo estaba moteado de pequeñas luces color mostaza, que resplandecían y titilaban con un brillo como de radio. Miríadas de finos rayos, como cortinas de agua, se unían en un astil transparente que se derramaba silenciosamente sobre mí.

   De pronto mi cuerpo físico perdió su pesadez y se metamorfoseó en una textura astral. Sentí sensación de flotar mientras, tocando apenas la cama, el cuerpo sin peso se movía ligera y alternativamente a izquierda y derecha. Miré a mi alrededor; los muebles y las paredes eran los de costumbre, pero la pequeña masa de luz se había multiplicado tanto que el techo era invisible. Estaba asombrado.

   “Éste es el mecanismo de la película cósmica”. Se oyó una voz que parecía venir de la luz. “Al derramar sus haces de luz en la pantalla blanca de tus sábanas, produce la película de tu cuerpo. ¡Más allá de ella tu forma no es sino luz!”.

   Miré mis brazos y los moví hacia delante y hacia atrás, no podía sentir su peso. Rebosaba de alegría extática. El tronco cósmico de luz, que se transformaba en mi cuerpo, parecía una réplica divina de los chorros de luz que emite la cabina de proyección de un cine y se manifiestan como imágenes en la pantalla.

   Esta experiencia de ver mi cuerpo como una película en el teatro tenuemente iluminado de mi habitación se prolongó largo rato. Aunque he tenido muchas visiones, ninguna ha sido jamás tan especial. Cuando se disipó por completo mi ilusión de tener un cuerpo sólido y comprendí profundamente que la esencia de todos los objetos es luz, miré hacia arriba, hacia el chorro de vitatrones y dije suplicante:

   “Luz Divina, por favor absorbe en Ti esta humilde imagen de mi cuerpo, tal como Elías ascendió al cielo en un torbellino de fuego”.

   Evidentemente esta oración era alarmante; el haz de luz desapareció. Mi cuerpo retomó su peso normal y se hundió en la cama; el enjambre de resplandecientes luces del techo parpadeó y se desvaneció. Por lo visto no había llegado el momento de que yo dejara esta tierra.

   “Además”, pensé filosóficamente, “¡el profeta Elías podría disgustarse bastante con mi presunción!”.
 
 
 

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